Me voy impregnando de imágenes fuertemente pasionales, de lenguaje descarnado, de asociaciones inesperadas, de ritmo intenso. Poesía que brota a borbotones desde las entrañas. Poesía que nos inquieta, nos interroga, nos remueve por dentro.
“En el cavernoso ovario de la manzana marchita/- parida en negro vacío, abandonada en tierra de nadie-/ fermenta la vida yerma.”
“De fuego y lluvia se tiñó la noche, /fuego que gime,/ lluvia que inflama.”
Y sigo adentrándome en sus páginas. Me gustan los ecos de la mitología, me gusta la plasticidad de las imágenes: “A orillas del Egeo/alumbro la noche atávica. /Tenso el hilo en seno ausente,/ y apunto la flecha hechizada al cruzado Minotauro”.
Lava del Alma que en algunos versos se remansa y emerge plena de lirismo dando tregua a los sentimientos heridos. ” El olor a hierba recién cortada/ hizo parada en la estación del pasado./ En su llanura inmensurable,/ dos aves entrelazan sus jóvenes y blancas alas/soñando futuros./De vuelta vi nuestras grises alas, rozándose,/soñando pasados”.
Percibo que danza y poesía, poesía y danza laten en Mercedes Ridocci por igual. Una se nutre de la otra, solo que a veces el “yo” poético de Mercedes se desgaja de su otro “yo”, emprende el vuelo en solitario y se entrega a la palabra.
Cierro el libro. Me siento emocionada.
María Eugenia Domínguez Merino. Profesora comprometida con la Educación. Amante de la Poesía y el Arte.