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14/2/23

CUANDO YA NADA SE ESPERA







Ella, que de adolescente soñaba con ser la musa de un artista. 

Ella, una mujer bella, inteligente y sobresaliente cardióloga. 

Ella, que, aunque no musa, llegó a ser amante de algún que otro escritor, actor, pintor…

Ella, que aun no sabe por qué, fracasó en cada una de estas relaciones. 

Ella, siempre, la abandonada. 

Un buen día, con cuarenta y nueve años a sus espaldas, cansada de seguir buscando su anhelo y viviendo en el más absoluto vacío afectivo, decidió volver a su ciudad natal. Allí al menos, sentiría la cercanía de algún que otro familiar, de algún que otro viejo amigo, el olor del que fue su hogar. 

Ahora sus sueños han desaparecido. Intenta acostumbrarse a esta vida mediocre de la que ya hace mucho tiempo renegó. 


Del apartado “Historias de mujeres” del libro “Historias de mujeres y otros relatos” – Mercedes Ridocci


Imagen descargada de google.

 

9/11/22

EN LA ESQUINA DE UN CAFÉ - Mercedes Ridocci

 


Todas las mañanas le veo sentado en la mesa de una esquina del café.

El reflejo del sol que se filtra a través de la ventana

acentúa su cara triste.

Le observo desde la mesa de enfrente.

Escribe sin parar.

De vez en cuando levanta la vista y su mirada abstraída

traspasa mi rostro de cristal.

Me pregunto cuál es la historia que traza entre su mano y el papel.

Un día, me levanté, fui hacia su mesa, y le dije:

- ¿Por qué estás siempre triste?

- Por ti - me contesto.

- ¿Sobre que escribes?

- Sobre ti.

- ¿Y como es tu historia?

- Triste como tú.

Me miré en su rostro, y en él vi reflejada…

mi cara triste. 

Mercedes Ridocci

Del libro "Historia de mujeres de otros relatos

Imagen - Mercedes Ridocci

3/4/19

ONÍRICO ENCUENTRO


Imagen descargada de google


Tiene cuarenta años. Entra en el café con el fulgor de quién aún cree en la magia de la noche. Lleva un vestido negro que acentúa su etérea delgadez, el pelo recogido resalta sus angulosos pómulos, un fular rojo alrededor del cuello ilumina su tez morena y sus ojos claros.
Se sienta en la mesa que da a la ventana y pide un café.
Detiene su mirada en el hombre acodado en la barra del bar. 
Le llama la atención la ajada chaqueta de lino blanco que remarca la curva de su espalda donde parece encerrar el peso de una aplazada existencia, el sombrero negro que soslaya su misterioso rostro, la barba desordenada que deja ocultar una inédita nostalgia suspendida en un espacio intangible.
No puede dejar de mirarle. Un impulso inexplicable la lleva a sumergirse en la profunda oscuridad de sus ojos. Cuanto más se introduce, más se baña en transparencia.
Desvía la mirada hacía el mantel púrpura que cubre la mesa y con los dedos de la mano dibuja con incendiarias caricias el misterio desvelado: la línea hendida que divide su frente en surcos de anhelos extraviados, las cejas arqueadas y espesas que presiden sus ojos sin consuelo, la torcida y severa curva de su nariz, el grosor de sus labios tristes, la barbilla afilada apuntando al vacío, el volumen de su cabeza resonando melodías sin notas…


Si, no cabía duda, él era el hombre quien esa noche había moldeado su sueño.

Del Libro "Historias de mujeres y otros relatos" - © Mercedes Ridocci


10/4/16

LA MUJER SIN ROSTRO



Una tarde de domingo se decidió.
Buscó en Google varias páginas de contactos hasta que encontró una que le ofreció cierta confianza.
Se registró con el nombre de “La mujer sin rostro” y escribió:
Deseo tener un encuentro erótico, translúcido, diáfano,… con “El hombre sin rostro”. Una máscara cubrirá nuestro semblante. Quedaremos en un lugar impersonal, no habrá preguntas, no sabremos nada uno del otro.
Al día siguiente recibió un mensaje:
Valiente “mujer sin rostro”, lo que pides me despierta sensaciones inquietantes, evocadoras de sueños llenos de misterio y viejas pasiones.
Te daré lo que pides, y mi oscurecido sol se teñirá del color del sol poniente.
Le gustaron sus palabras, le pareció un hombre especial.
¿Dónde y cuando nos vemos?, le contestó

Se citaron en un hotel a las afueras de la ciudad. Ella llevó puesta la máscara del Sol poniente, él la del Oscuro sol. Cuando entró en la habitación, ya estaba esperándola.
Sol poniente se tumbó en la cama y Oscuro sol, sentándose en el borde, le rozó suavemente la mano con la yema de sus dedos calientes. Como brisa de verano, el calor fue inundando su tibio cuerpo. Sol poniente se dejó hacer: sus dedos, sus labios y su lengua rodaron por su corpórea alma como nubes blancas, extendiéndose en la inmensidad de su piel.
Al igual que llamas candentes y enredadas, sus cuerpos se disolvieron. Del sonido del silencio fluyeron viejas y olvidadas melodías acompasadas, olían a tiempo recobrado. El unísono latir de sus corazones resquebrajó el frío de sus sombras. Oscuro sol se tiño del color del Sol poniente, Sol poniente de la luz al mediodía.
Se despidieron con un sencillo pero hondo "gracias".

Al salir del hotel, se fueron en direcciones contrarias.
“La mujer sin rostro” caminó hacia el parque situado a unos metros del hotel. Se sentó en un banco y cinceló su alma con la pasión renovada.

Con la claridad de la luna nueva derramándose sobre ella, regresó a su casa. Su marido leía sentado en el sofá, mientras una música de Pourcel envolvía el silencio del salón.
Le dio un acostumbrado beso. Él la miró vertido en oculta pasión.
Cenaron entre calladas y aquietadas resonancias.
Después se acostaron, ella tintada con la luz del mediodía; él, con el color del sol poniente.

(del libro "Historias de mujeres y otros relatos" -  © Mercedes Ridocci


3/9/13

EL RITUAL


Salió del río bañado en sal azul y se contempló en sus aguas.
Deslizó su mano regada en almizcle por la piel húmeda y brillante.
Preparándose para el ritual, se cubrió con la túnica blanca tintada con finos haces de color ámbar. La transparencia suave y ligera de la gasa resaltaba el color pardo de la aureola de sus pechos y el leonado de su pubis.

Entró en la gruta vacía y armó con celo el escenario.
Trazando suaves serpenteos colocó el lienzo púrpura sobre el suelo desnudo. Lo cercó con cirios dorados e incienso perfumado de jengibre y canela. 

Como virgen dispuesta para la ceremonia se tendió sobre las ondas marinas del mar rojo. La sombra de las llamas bailaron sensuales sobre su cuerpo. Sintió el voluptuoso sonido de la lasciva paloma aleteando a su alrededor.
Sus manos volaron hacia los senos cubiertos y los pezones gritaron exultantes. El látigo del placer le recorrió la columna hasta apartarle las piernas. La túnica, dúctil, rodó hacia la cintura. 

Frente a ella, contemplándola altivo, sintió a la magnánima y esperada presencia. 
Sus dedos friccionaron con ímpetu su oquedad velada. Las paredes rojas y jugosas se rasgaron ofrendadas, provocando en la sublime presencia el fausto deseo liberado.
Un grito húmedo y convulso inflamó el aire.
El eco estalló en espuma blanca, inundando las entrañas abiertas y entregadas de la mujer.

Del libro "Historias de mujeres y otros relatos" -  © Mercedes Ridocci


Imagen: "El torso de Adèle" - Rodin

AÑORANZA

  Hay una casa fría donde viven fantasmas,  ya no habitan sus cuerpos  emigraron a un lugar más cálido.  En la ventana los visillos revolot...