3/9/13

EL RITUAL


Salió del río bañado en sal azul y se contempló en sus aguas.
Deslizó su mano regada en almizcle por la piel húmeda y brillante.
Preparándose para el ritual, se cubrió con la túnica blanca tintada con finos haces de color ámbar. La transparencia suave y ligera de la gasa resaltaba el color pardo de la aureola de sus pechos y el leonado de su pubis.

Entró en la gruta vacía y armó con celo el escenario.
Trazando suaves serpenteos colocó el lienzo púrpura sobre el suelo desnudo. Lo cercó con cirios dorados e incienso perfumado de jengibre y canela. 

Como virgen dispuesta para la ceremonia se tendió sobre las ondas marinas del mar rojo. La sombra de las llamas bailaron sensuales sobre su cuerpo. Sintió el voluptuoso sonido de la lasciva paloma aleteando a su alrededor.
Sus manos volaron hacia los senos cubiertos y los pezones gritaron exultantes. El látigo del placer le recorrió la columna hasta apartarle las piernas. La túnica, dúctil, rodó hacia la cintura. 

Frente a ella, contemplándola altivo, sintió a la magnánima y esperada presencia. 
Sus dedos friccionaron con ímpetu su oquedad velada. Las paredes rojas y jugosas se rasgaron ofrendadas, provocando en la sublime presencia el fausto deseo liberado.
Un grito húmedo y convulso inflamó el aire.
El eco estalló en espuma blanca, inundando las entrañas abiertas y entregadas de la mujer.


© Mercedes Ridocci

Imagen: "El torso de Adèle" - Rodin

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