3/4/19

ONÍRICO ENCUENTRO


Imagen descargada de google


Tiene cuarenta años. Entra en el café con el fulgor de quién aún cree en la magia de la noche. Lleva un vestido negro que acentúa su etérea delgadez, el pelo recogido resalta sus angulosos pómulos, un fular rojo alrededor del cuello ilumina su tez morena y sus ojos claros.
Se sienta en la mesa que da a la ventana y pide un café.
Detiene su mirada en el hombre acodado en la barra del bar. 
Le llama la atención la ajada chaqueta de lino blanco que remarca la curva de su espalda donde parece encerrar el peso de una aplazada existencia, el sombrero negro que soslaya su misterioso rostro, la barba desordenada que deja ocultar una inédita nostalgia suspendida en un espacio intangible.
No puede dejar de mirarle. Un impulso inexplicable la lleva a sumergirse en la profunda oscuridad de sus ojos. Cuanto más se introduce, más se baña en transparencia.
Desvía la mirada hacía el mantel púrpura que cubre la mesa y con los dedos de la mano dibuja con incendiarias caricias el misterio desvelado: la línea hendida que divide su frente en surcos de anhelos extraviados, las cejas arqueadas y espesas que presiden sus ojos sin consuelo, la torcida y severa curva de su nariz, el grosor de sus labios tristes, la barbilla afilada apuntando al vacío, el volumen de su cabeza resonando melodías sin notas…


Si, no cabía duda, él era el hombre quien esa noche había moldeado su sueño.

© Mercedes Ridocci


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